14 mar 2010

2/3 de THE NEW YORK TRILOGY


Cada vez con menos regularidad llega a mis manos una de esas grandes obras que me hacen recordar qué estoy haciendo con mi vida. Sin duda, consagrar mi existencia a la literatura es producto de un asombro, una revelación que no dudo en calificar como mística, ya que después se convierte en culto. Un culto desarrollado a diario.

Como aquéllos capellanes honestos, yo también atravieso de cuando en cuando mis crisis de fe. De pronto se ve uno empantanado en textos críticos o en lecturas asignadas por los programas académicos cuyo acercamiento analítico borra a veces de raíz la naturaleza de mi fe. Se hace entonces necesario emprender una huída que consiste en enfrentarme a los estantes llenos de libros, muchos de ellos sin leer, como quien se acerca a una capilla a dialogar con el Hacedor, en busca de respuestas, en busca de alguna señal verdadera que vuelva a confirmarnos en la fe antigua cuyo rastro borra la costumbre como la pasión de los matrimonios duraderos.

Uno se da cuenta de que no se ha equivocado de religión, que no se ha equivocado de pareja, que no se ha equivocado de pasión cuando en el correr del tiempo se suceden con la debida regularidad nuevos arrebatos místicos que de nuevo vuelven a dar o renuevan el sentido a nuestro culto.

Esto me sucedió recientemente con una novela excelente: City of Glass, de Paul Auster; la primera de su New York Trilogy. Me acerqué a ella añorando un milagro: de casualidad.

Con el gesto derrotado una noche de insomnio me postré frente a los estantes de la biblioteca con esa actitud escéptica de griposo en la farmacia que busca un remedio milagroso que aplaque un virus tan real como irrefrenable. Encontré este libro de bolsillo de la editorial Anagrama que no compré yo. Creo que una amiga lo olvidó en mi casa de Madrid hace unos años. De alguna manera se coló en mi mudanza a los Estados Unidos y ahora ya sé que llegó aquí por una razón: devolverme la fe.

Emprendí la lectura y pronto me sentí atrapado. Una llamada de teléfono equivocada desencadena los acontecimientos. Un escritor desencantado que ha renunciado a su vida adopta el papel de uno de sus personajes y se transforma en un don Quijote que juega a ser detective como don Alonso Quijano juega a ser caballero pero, en este caso, los molinos de La Mancha se convierten en los rascacielos de Manhattan. Un profesor también enloquecido que busca la Palabra de Dios, que escribe su historia dibujando letras caminando sobre el plano-papel de Nueva York. Auster se convierte en autor-personaje-autor y Quinn, el escritor-detective-vagabundo traza el camino de su destrucción mística a fuerza de camino entre la muchedumbre, a fuerza de soledad que le fuerza a mirarse dentro, descubriendo el vacío abismal de su ser, idéntico al de todo hombre moderno. Pero la historia –tal como explora con más ahínco en Ghosts, (la segunda parte de la trilogía) – es lo de menos. Ante todo, Auster parte de un origen-presente-final, aniquila las coordenadas temporales que parece imponer el lenguaje dando un sentido pleno a cada una de sus palabras, restituyendo el lenguaje a su origen primordial en el terreno más hostil: la ciudad posmoderna: un Nueva York-Babel al que otorga dimensiones universales.

La novela juega con el lector. Le desnuda. Pone en evidencia el agarrotamiento de su alma. La historia acaba enigmáticamente, dejando en suspenso el éxtasis, haciéndonos desear más; y más, y más… Pero no. Ese deseo es la derrota del lector. Uno se descubre presa de la premura, de la inmediatez que prefigura al hombre enfermo de nuestros días. Y entonces llega el reconocimiento de nuestra debilidad; un reconocimiento vergonzoso que se torna reverencia. El éxtasis no quedó en suspenso. Lo de menos es la historia. El éxtasis son todas y cada una de las palabras de la obra, o –lo que es exactamente igual–: todas juntas.

Se trata de la primera novela de una trilogía, como decía. City of Glass es el aprendizaje. Su lección es necesaria para acercarse a una obra más difícil: Ghosts. Ésta última ya me la leí en el idioma original, lo cual recomiendo a todo aquel que pueda leer el inglés, tanto para City of Glass como para el resto. Especialmente City of Glass tiene juegos de palabras –todo en Auster es juego de palabras o palabras en juego– que se hacen absurdos traducidos al español y a cualquier otro idioma.

Ghosts es más difícil. La novela es un paréntesis. Así de claro. Es un paréntesis. Es una historia sin historia. Es una novela de detectives sin acción. Dentro, por supuesto, de la vorágine neoyorkina, dos individuos hacen algo revolucionario: nada. La magia, sobrecogedora, es que nada se convierte en esta novela en todo, porque existe, sin más, una última página, un último párrafo, una última palabra, una última letra, un punto.

Aún tengo pendiente la tercera novela: The Locked Room. Prometo una crónica de desenlace cuando termine de leerla.

Para terminar, sólo apuntar que, mientras leía las novelas, pregunté a algunos amigos estadounidenses si conocían a Paul Auster. Me dijeron que era mucho más conocido en Europa, que en Estados Unidos apenas se le conoce. Lo comprobé con mis estudiantes de español. Les estaba enseñando el vocabulario de los materiales y para explicarles la palabra “cartón” les pregunté si conocían la novela Moonlight Palace, y nadie la conocía; les pregunté si conocían al autor, Paul Auster, y nada. Indignado les dije: “¡pero él es de aquí!”. Después me dijeron que no, que aquí, sencillamente, no se conoce a Paul Auster. Y eso a pesar de haber estado muy involucrado en la industria del cine (guionista de Smoke y Blue in the Face y director de Lulu on the Bridge). Da igual. Mis estudiantes tampoco sabían quién era Paul Newman. Waste land.

12 mar 2010

JUEGO DE PRESENCIAS: HISTORIA DE UNA PESQUISA FANTÁSTICA



Unos meses después de llegar a la Universidad de California en Davis, donde sigo mis estudios de doctorado, contacté con Mariángeles Fernández, una vieja amiga especialista en Cortázar.

Conocí a Mariángeles en el Centro de Arte Moderno de Madrid, donde asistí durante unos meses a un magistral curso sobre Bestiario, el primer libro de relatos publicado por Julio Cortázar. Cursos similares siguen teniendo lugar en el mismo sitio impartidos por la misma Mariángeles. Os recomiendo que no os los perdáis.

En fin. Contacté con Mariángeles simplemente para hacerle saber que me había mudado a los Estados Unidos y que si quería, podía tratar de conseguir por aquí lo que ella quisiera siempre que estuviera de mi mano. Ella me hizo saber que el manuscrito original de Rayuela se encuentra en los archivos de la Universidad de Austin, Texas; espero un día de estos intentar acceder a esa joya. Además de lo del manuscrito, ella dejó caer que si conseguía en librerías de viejo el primer libro publicado por Cortázar, le haría la mujer más feliz del mundo. Se trata de un libro de sonetos titulado Presencia, publicado bajo el seudónimo de Julio Denis en 1938.

A lo largo del año y medio aproximado que llevo aquí, he navegado por algunas librerías y me he acordado de Presencia. He buscado un poco, sin éxito. Pero.

Pero el otro día, se me ocurrió lo que debió haber sido lo más obvio desde el principio. Esto es; hacer uso del catálogo electrónico de la Universidad. Se trata de un catálogo global. Las búsquedas abarcan todas las bibliotecas del mundo. Yo, como estudiante, puedo solicitar que me envíen por correo cualquiera de estos libros dondequiera que esté. Con decir que hace unos meses me llegó un libro de la misma irreductible Biblioteca Nacional de Madrid, lo digo todo. El caso es que puse el nombre en el buscador: Presencia. Y acoté la búsqueda a los libros publicados en el año 1938 con ese título. Cuál no sería mi sorpresa al ver que había dos. Ninguno era el de Cortázar, y esto supuso una desilusión inicial lógica y esperada. Pero de todas formas, empecé a fantasear sobre la posibilidad de que, ya que Cortázar utilizó seudónimo, quizás podría haber utilizado más de uno.

Uno de los libros llamado Presencia, de 1938, también era de poesía, y había sido publicado en Caracas. Solicité que me lo enviaran desde la Universidad de Berkeley con la esperanza de descubrir en sus páginas los mismos poemas que corresponden al Presencia, de Julio Denis. Pensé que quizás el impulso publicador de Julio le llevó a enviar el mismo poemario a diversas editoriales por América, cada uno con un seudónimo distinto. La edición venezolana aparece bajo el nombre de Otto D’Sola como autor del mismo. Me pareció un nombre muy cortazariano. Me pareció plausible que este libro formara parte de los primeros juegos metaliterarios del genio argentino.

El lunes de esta semana llegó el primer libro: Presencia, de Otto D’Sola. Rápidamente quedó descartada la autoría de Cortázar. No había más que comprobar que las composiciones no eran sonetos. Sin embargo, empecé a leer el libro. Había una foto del autor en las primeras páginas. La edición es preciosa. Y se plantó ante mí el que ya es uno de mis poetas favoritos. Cortázar me lo trajo. Julio me trajo la presencia de un hombre obsesionado por existir. Así empieza el poemario:

Me mueven cada día el aire, el mar y la tierra fecunda.

Me mueven a decir «buernos días» a todos los seres tristes y alegres.

No sé estar inmóvil como la piedra y el olvido.

Demasiada inquietud llevan mis pasos de cara al sol naciente y muriente,

sin salir de la mar, de la tierra y del aire.

. . .

El estilo de D’Sola está entre la vanguardia y la poesía de compromiso social. El verso, largo, está marcado por la sobriedad de la meditación. El libro marca nuestra ruta por el verso jalonando imágenes sencillamente geniales. Miren esta alondra del poema “A veces tropiezo tus manos, amigo muerto en la guerra”:

Tropezar con tu manos es ver perderse una paloma más allá de las torres,

es ver el sol en un paisaje de invierno,

es ver cómo nace una alondra

en la brisa que produce un libro al cerrarse.

Después de leer este libro genial que de algún modo me trajo Cortázar, busqué en internet algo de información sobre D’Sola. Hallé que es un autor bastante olvidado. Al menos en internet, sólo se hace referencia a él en relación a otros poetas venezolanos más conocidos o se le incluye en notas biográficas muy cortas. D’Sola nació en 1912 y murió en 1975 en Palma de Mallorca.

Hoy mismo me ha llegado el otro libro. Presencia, de Germán Pardo García. Aún no lo he recogido. Desgraciadamente la red de redes me ha robado la emoción. Es un autor colombiano que murió en México DF en 1991. Lo hojearé y prometo contarles el resultado de este juego de presencias.